Desde hace un tiempo, me lo
cuestiono todo. Desde lo mínimo a lo máximo.
Reviso mis creencias, mis ideas, mis
enfoques… Lo hago por si son caducos. Por si ya no son míos o están agotados. Por si pertenecen a un
yo que ya no existe o ha cambiado. Los pongo a prueba por si ya no me son válidos o si, sin saberlo, me coartan,
me enjaulan o me hacen daño. Me cuestiono más lo que sé porque me lo dijeron un día hace mil años, que lo que creo saber porque lo
intuyo. Me cuestiono más lo que me dicen que lo que veo hacer y comparto… Todo aquello que daba por hecho
porque desde el principio de mis tiempos fue así y no veía otras opciones. Lo que más dogma es para mí y menos fisuras parece tener, aún lo pongo más a prueba. Como si me construyera un nuevo
mapa. Sin renegar de nada ni de nadie, sin cambiar de camisa, tan sólo observando la realidad, la mía claro, desde un prisma distinto y
menos cansado y reducido. No es una pugna entre lo nuevo y lo viejo… Es una mirada con ojos ilusos y sin
prejuicios. Una conversación entre aquel yo pequeño que fue, un poco crédulo y miedoso, y el que ha crecido
y ha ido quitándose capas de piel y estigmas. Un test para saber qué es lo que aún me creo y lo que debo revisar… No los valores, claro, algunas
esencias que tal vez tienen más perfume que cuerpo más color que substancia… He pensado que, al final, lo que
pese más en mí porque tenga solera, seguro que permanece… Lo que me define, lo que me hace
seguir y buscar alternativas, se quedará conmigo.
Pocas cosas se salvan en mi vida de
pasar por este nuevo tamiz. Quizá sólo mis amores, que por más que no pasaran la prueba serían perdonados de forma automática. Al fin y al cabo, hay un montón de convenciones sociales que se
inventaron en una época en la que nadie sabía lo que era el ordenador y la vida
se guiaba por la evolución de las cosechas, que el paso del tiempo ha revisado y
olvidado.
No es malo volver a las raíces y en algunos momentos mirar el
cielo para saber si va a llover. Sobre todo, porque hemos perdido esa ciencia
de mirarnos a los ojos e intuir qué sentimos y lo que nos duele. Sin
embargo, a menudo, nos afanamos por ceder y cumplir
ante una sociedad a la que le han caducado algunos de los principios.
Y un día, te levantas y les dices a los
tuyos… “Quiero cambiar de vida. Voy a arriesgarme…” y esas personas a las que conoces, muchas de ellas
con carreras universitarias y algunos máster en cosas que suenan muy bien en
inglés, te sacan del baúl de los recuerdos una retahíla de plagas bíblicas para que no cometas el error
de salir de tu cáscara de huevo.
Les cuentas que hay riesgo, pero que
lo has calculado. Que nada en la vida es al fin y al cabo estable ni eterno y
que esas dos palabras ha llegado un momento que te suenan tan rutinarias y
faltas de emoción que no puedes soportarlas. Que estás cambiando y tu forma de ver la
vida ha evolucionado, que necesitas materializar ese cambio que hay en ti para
que lo que te rodea esté acorde a ese nuevo yo. Que sueñas con hacer muchas cosas y deseas
intentar cumplirlas. Que tienes miedo, pero que la ilusión lo supera en mucho…
No quieres esperar más para ser feliz. Tu momento es
ahora. Les hablas con los ojos henchidos en un brillo especial, con un
entusiasmo feroz y casi infantil y ellos te miran con cara de pánico. Esperan que tu locura cese y
vuelvas a ser tú… “Es que éste ya no soy yo-dices-me he ido
apagando y necesito probarme, asumir retos y subir un escalón en mi propia evolución”.
Entonces te das cuenta de que tienen
tanto miedo como tú… A descubrir que sus vidas son insulsas. A asumir que, en realidad, ellos también hace tiempo que no son ellos
mismos. A darse cuenta de que tal vez tu locura sea contagiosa y, si te sale
bien, ellos sientan que deberían hacer algo que no hacen y la
conciencia les llame a la puerta cada día de esas vidas rematadamente
aburridas que tienen…
Por eso, se sacan de la chistera
todos los refranes que conocen… Te dicen que “más vale malo conocido, que bueno por
conocer” y ¡no es cierto! No siempre, tal vez lo que venga sea
maravilloso… Quién se inventó ese refrán tenía mucho miedo y modorra… La pereza se le comía las ganas… ¿Y si lo que puede suceder es algo
grande?
Insiste en que “más vale prevenir que curar”, seguro, aunque no se puede
prevenir todo porque a veces es necesario perder en control un poco y ser
sorprendido por la vida y las circunstancias… Si no dejamos margen, no habrá magia.
Te recuerdan que “lo bueno, si es breve, es dos veces
bueno” y a mí me parece una barbaridad inventada por alguien que tenía terror a la felicidad y vivía siempre con los guantes puestos
para no ensuciarse… Porque no quiero quedarme con las ganas, ni pasarme la vida
pensando qué podría haber pasado. La brevedad no significa siempre intensidad…
Lo que me recuerda que siempre he
pensado que el hábito sí que hace al monje . No es lo único, no somos sólo apariencia, cuenta lo que hay
dentro, pero yo siempre he creído que forma y fondo deben ser uno y
que lo que nos cambia por fuera influye y nuestro interior y al revés… Siéntete grande y crecerás. Cuando nombras lo que sueñas, el sueño está más cerca de hacerse realidad… Si te pones el traje de héroe y actúas cómo si lo fueras… ¿No lo eres ya un poco? Alguien me
dijo un día que debes actuar ya cómo lo harías si ya fueses lo que quieres
llegar a ser… Como sonreír sin ganas para mejorar el estado
de ánimo o estar en la estación por si pasa el tren… El hábito hace al monje, porque viste como un monje y se
siente así. Si te sientes cambiado, si tienes ganas de completar ese
cambio, lo que te rodea, en la medida de lo que puedas, tiene que reflejar ese
cambio.
Y por, cierto, cuando madrugas,
amanece más temprano… Al menos para ti, porque el tiempo
te cunde y puedes hacer muchas cosas más… ¿Importa que el resto del mundo
duerma y debas esperar para que ciertos lugares abran puertas? Todo tiene su
tiempo y hay cosas por las que esperar y otras que puedes adelantar…
Te dicen que hay que conformarse, que en el
momento actual, los riesgos se pagan carísimos. Que tienes que controlar lo
que haces porque “tanto va el cántaro a la fuente que al final se
rompe…” Y yo pienso… A veces se rompe en casa de desuso,
roñoso y lleno de polvo. ¿Dónde queda la pasión en un mundo que no arriesga para
no perder? ¿dónde queda la emoción si todo está calculado? ¿Una vida sin la satisfacción de hacer lo que te llena y te hace
sentir útil no es también un gran riesgo de infelicidad?
Te dicen que te equivocas, pero ¿qué seríamos sin errores? Hay tantos grandes
momentos en la vida que llegan después de cometer errores enormes, después de fastidiarla hasta el fondo y
hacer un gran ridículo, que en realidad no es tal, y que nos lleva a saber más de nosotros mismos.
A veces, sin saberlo, estamos
enjaulados. Somos nosotros mismos quiénes entramos en la jaula por nuestra propia voluntad y nos exigimos
seguir unas directrices que nos atan y mutilan mentalmente. Lo hacemos sin
recapacitar, sin tener en cuenta lo que deseamos y soñamos, sin darnos tregua. Obedecemos a unas
normas que ni siquiera nos hemos planteado si son o no válidas y si nos hacen mejores. Nos
sujetamos a una amargura que nos lacera por dentro y luego corremos a buscar
alguna pastilla que nos sirva para paliar los efectos de estar encerrados en
una vida que no es nuestra… Porque nos creemos incapaces de
soportarla… Suplicamos llenar un vacío que nosotros mismos alimentamos
por temor a dar un paso y fallar, por miedo a dar la nota o mostrar nuestras
diferencias. Y la mitad de esas normas que nos aferran a lo que no nos hace
felices son condicionamientos mentales que no hemos revisado, pero que tenemos
asumidos desde que éramos niños como dogmas.
No podremos cumplir con los tópicos, ni con lo que los demás esperan de nosotros… Ni siquiera con los refranes porque
tal vez muchos de ellos no nos definen ni nos sirven. No podemos vivir según unas normas que no creemos.
Tenemos que revisarlas y decidir cuáles responden a nuestra forma de ver
la vida. Tenemos que inventar los nuestros
propios y descubrir qué nos ayuda, motiva y funciona. Tenemos que reescribir
nuestro guión.
Yo ya he empezado… “Quién sueña, vive dos veces…”
Merce Roura
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