Siempre esperando… Y no es nunca el
momento. Hoy porque es ya tarde. Mañana porque el sol brilla con demasiada
intensidad. De día porque hay mucha gente. De noche porque tienes sueño.
Y en la vida nunca te pasa nada,
porque no haces nada para que te pase.
Caminas en circuito cerrado.
Respiras aire viciado. Comes lo mismo al mismo ritmo, el mismo día de la semana
y mientras pruebas ese sabor conocido piensas lo mismo y llegas las mismas
conclusiones. Te tragas los mismos problemas y te haces las mismas
preguntas para llegar a las mismas respuestas. Notas la misma punzada en el
pecho que te dice que retrasas el reloj de tu vida pero que tú decides
interpretar como “estoy cansada”. Siempre a la misma hora, tras el mismo gesto,
después de mirar las mismas caras y esperar que algo nuevo pase y te salve del
recorrido que te espera, que es el mismo de siempre. Te sientes minúscula,
remota, aislada.
Y sueñas que cae un rayo y que
diluvia y el camino se inunda y tienes que tomar un camino distinto y juegas a
imaginar qué pasa entonces y quién se cruza a tu paso… Esperas que la
naturaleza haga lo que tú no te crees capaz de hacer… Cambiar de recorrido, de
pensamientos, de rostro, de mirada… Romper con una rutina que te atraganta y te
bloquea el alma. Encontrar un rostro nuevo que te diga lo que nunca has
escuchado y que su voz te transporte a un lugar que nunca has conocido para
sentir algo que jamás has sentido.
Y el rayo no cae, el sol dibuja sus
sombras por el camino de siempre y sueñas lo mismo, sueñas que sueñas y que te
atreves, que das la vuelta y todo cambia. Que pasa algo inesperado, que te
cruzas con tu destino y te pone buena cara. Que cuando pasa a tu lado, te roza
la blusa y te sonríe, mientras esbozas tu cara de sorpresa y te sientes
especial e inmensa. De una inmensidad encapsulada porque todo es ficticio y
nada de eso pasa, nada se nota ni te cala el vestido de siempre. Sueñas que puedes. Que rompes. Que
rasgas. Que puedes arañar un poco esa capa de monotonía que cubre tu entorno y
circunda tu vida un metro y medio y hace que nunca pase nada, nada de eso que
quieres que pase… Eso que ni siquiera te atreves a nombrar porque no quieres
admitir… Porque si entonces no podrías soportar que no tocarlo, no verlo, no
olerlo… Sueñas que tienes agallas, que tienes ganas, que te sueltas y
caes rondando sin importar a dónde…
Sueñas que bailas. Sueñas que tu
rostro se inunda de carcajadas. Sueñas que arrasas. Que dices lo que piensas y
siempre callas… Sueñas que ya nunca más te quedarás quieta esperando que pase
lo que deseas.
Aunque sigues andando por tu calle
de siempre devorando los minutos y sigue sin pasar nada, porque tú no haces eso
que deseas, no te mueves. Porque llevas años, siglos sin moverte más de lo
puramente necesario para compensar la gravedad y el asco. Y el rayo no cae, no
llega la tormenta, no te lleva la corriente y sigues estancada.
Siempre esperando algo que nunca
llega y nunca cambia nada. El camino se hace estrecho y tu cabeza da vueltas a
las mismas ideas con las mismas palabras. Posas tus ojos en las mismas flores,
reposas tus pies en las mismas baldosas donde las mismas bailarinas
burlonas de siempre dibujan extrañas figuras y se ríen en tu cara…
Asqueada de tanta cordura, de tanta
moderación y cautela… Harta de una sensatez sin substancia, sin sabor, sin
placer ni alma.
Eternamente cansada de estar
cansada.
Eternamente triste de estar triste.
Eternamente rota por estar siempre rota.
Eternamente prudente y casi desquiciada.
Eternamente decepcionada. Con la vida y contigo misma por no
hacer nada, por no cambiar en nada. Por ser incapaz de llevar la contraria y
pedir. Por no dejar de ceder. Por no amar como mereces. Por no negarte a
llevar la carga… Por no cerrar esa puerta que hace tiempo que debiste dejar de
cruzar. Por no decir no, por estar en silencio sin levantar la voz ni ser capaz
de reclamar el pedazo de alegría que te corresponde.
Eternamente frustrada por no saber equivocarte, por no
atreverte a saltar y no tener el valor de quedarte a la segunda parte de
nada, por no tener valor de tomar el atajo o surcar el lado
desconocido de tu vida insulsa.
Eternamente condenada a no cambiar, a no brillar, a no
destacar, a no sorprender, a no ser origen ni destino de nada, a no crear
ni modificar, a no escandalizar… Escondida, recóndita, enclaustrada en tu
propia cabeza y en tu mínima capacidad por quebrantar las normas que te atan.
Eternamente asqueada porque el rayo no cae y no hay excusa
que te salve de la amargura acumulada… Y te sientes incapaz de
fabricarla. Suplicando que llueva… Y que la lluvia te cubra y arrastre a dónde
deseas ir. Anhelando que el diluvio te lleve donde tu cobardía y tu escasa
osadía no te dejan…
Merce Roura
Muy bien relato de la nada Eli.
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