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martes, 12 de enero de 2016

Suplicando lluvia…

Siempre esperando… Y no es nunca el momento. Hoy porque es ya tarde. Mañana porque el sol brilla con demasiada intensidad. De día porque hay mucha gente. De noche porque tienes sueño.
Y en la vida nunca te pasa nada, porque no haces nada para que te pase.
Caminas en circuito cerrado. Respiras aire viciado. Comes lo mismo al mismo ritmo, el mismo día de la semana y mientras pruebas ese sabor conocido piensas lo mismo y llegas las mismas conclusiones. Te tragas los mismos problemas y te haces las mismas preguntas para llegar a las mismas respuestas. Notas la misma punzada en el pecho que te dice que retrasas el reloj de tu vida pero que tú decides interpretar como “estoy cansada”. Siempre a la misma hora, tras el mismo gesto, después de mirar las mismas caras y esperar que algo nuevo pase y te salve del recorrido que te espera, que es el mismo de siempre. Te sientes minúscula, remota, aislada.
Y sueñas que cae un rayo y que diluvia y el camino se inunda y tienes que tomar un camino distinto y juegas a imaginar qué pasa entonces y quién se cruza a tu paso… Esperas que la naturaleza haga lo que tú no te crees capaz de hacer… Cambiar de recorrido, de pensamientos, de rostro, de mirada… Romper con una rutina que te atraganta y te bloquea el alma. Encontrar un rostro nuevo que te diga lo que nunca has escuchado y que su voz te transporte a un lugar que nunca has conocido para sentir algo que jamás has sentido.
Y el rayo no cae, el sol dibuja sus sombras por el camino de siempre y sueñas lo mismo, sueñas que sueñas y que te atreves, que das la vuelta y todo cambia. Que pasa algo inesperado, que te cruzas con tu destino y te pone buena cara. Que cuando pasa a tu lado, te roza la blusa y te sonríe, mientras esbozas tu cara de sorpresa y te sientes especial e inmensa. De una inmensidad encapsulada porque todo es ficticio y nada de eso pasa, nada se nota ni te cala el vestido de siempre. Sueñas que puedes. Que rompes. Que rasgas. Que puedes arañar un poco esa capa de monotonía que cubre tu entorno y circunda tu vida un metro y medio y hace que nunca pase nada, nada de eso que quieres que pase… Eso que ni siquiera te atreves a nombrar porque no quieres admitir… Porque si entonces no podrías soportar que no tocarlo, no verlo, no olerlo… Sueñas que tienes agallas, que tienes ganas, que te sueltas  y caes rondando sin importar a dónde…
Sueñas que bailas. Sueñas que tu rostro se inunda de carcajadas. Sueñas que arrasas. Que dices lo que piensas y siempre callas… Sueñas que ya nunca más te quedarás quieta esperando que pase lo que deseas.
Aunque sigues andando por tu calle de siempre devorando los minutos y sigue sin pasar nada, porque tú no haces eso que deseas, no te mueves. Porque llevas años, siglos sin moverte más de lo puramente necesario para compensar la gravedad y el asco. Y el rayo no cae, no llega la tormenta, no te lleva la corriente y sigues estancada.
Siempre esperando algo que nunca llega y nunca cambia nada. El camino se hace estrecho y tu cabeza da vueltas a las mismas ideas con las mismas palabras. Posas tus ojos en las mismas flores, reposas tus pies en las mismas baldosas donde las mismas bailarinas burlonas de siempre dibujan extrañas figuras y se ríen en tu cara…
Asqueada de tanta cordura, de tanta moderación y cautela… Harta de una sensatez sin substancia, sin sabor, sin placer ni alma.
Eternamente cansada de estar cansada.
Eternamente triste de estar triste.
Eternamente rota por estar siempre rota.
Eternamente prudente y casi desquiciada.
Eternamente decepcionada. Con la vida y contigo misma por no hacer nada, por no cambiar en nada. Por ser incapaz de llevar la contraria y pedir. Por no dejar de ceder. Por no amar como mereces. Por no negarte a llevar la carga… Por no cerrar esa puerta que hace tiempo que debiste dejar de cruzar. Por no decir no, por estar en silencio sin levantar la voz ni ser capaz de reclamar el pedazo de alegría que te corresponde.
Eternamente frustrada por no saber equivocarte, por no atreverte a saltar y no tener el valor de quedarte a la segunda parte de nada, por no tener valor de tomar el atajo o surcar el lado desconocido de tu vida insulsa.
Eternamente condenada a no cambiar, a no brillar, a no destacar, a no sorprender, a no ser origen ni destino de nada,  a no crear ni modificar, a no escandalizar… Escondida, recóndita, enclaustrada en tu propia cabeza y en tu mínima capacidad por quebrantar las normas que te atan.
Eternamente asqueada porque el rayo no cae y no hay excusa  que te salve de la amargura acumulada… Y te sientes incapaz de fabricarla. Suplicando que llueva… Y que la lluvia te cubra y arrastre a dónde deseas ir. Anhelando que el diluvio te lleve donde tu cobardía y tu escasa osadía no te dejan…

  Merce Roura

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