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viernes, 23 de octubre de 2015

Cosas que aprendí en la cuerda floja

Que prestamos poca atención a nuestras emociones

Cuando, en realidad, somos un amasijo de ellas. Lo que sentimos nos guía y remueve. Nos dice si vamos bien o mal, nos dibuja el camino como si fuéramos niños y nos desplazáramos por la vida a base de “frío, frío, caliente, caliente”. Nuestras emociones son la brújula para saber si lo que hacemos nos hace grandes o nos hace pequeños. Si nos lleva la pasión y el entusiasmo o nos vendemos a la rutina y el hastío… Si somos extraordinarios o decidimos ser corrientes y vivir con poco riesgo y mucho control sobre nuestra vida. Si nos soltamos o nos amarramos, si amamos o buscamos sucedáneos…

Que no hay fórmulas magistrales ni pócimas mágicas
A menudo necesitamos aferrarnos a indicaciones que nos dan otras personas. Frases que nos motiven, palabras que despiertan en ellos un subidón de adrenalina que les ayuda a subir sus montañas particulares y que esperamos que nos lleven a la cima a nosotros sin pasar por todos la peldaños de la escalera que ellos ya han subido. Preguntamos a otros para saber qué debemos hacer para poder salir del callejón oscuro en que nos encontramos, pero sólo pueden ayudarnos a hacernos más preguntas porque cada uno tiene sus respuestas. Los mantras que nos repetimos para poder seguir son individuales e intransferibles. Están diseñados con el ADN de lo que soñamos y deseamos, con nuestros miedos y nuestros triunfos… Como la canción que nos hacía dormir cuando éramos niños o la caja de secretos que teníamos escondida bajo la cama.

Que ya tenemos las respuestas que buscamos
Las llevamos dentro. Las sabemos siempre de antemano, pero a veces no queremos verlas o no podemos porque nos falta perspectiva. Porque ponemos el foco en el lado equivocado y hay una parte que nos queda oscura y no visualizamos. A menudo, incluso somos conscientes de que no lo vemos todo, pero no sabemos cómo cambiar esa perspectiva. Damos vueltas en un rincón, en una esquina reducida de una gran extensión de terreno que está ante nosotros y casi no nos atrevemos a explorar. Como si nos pasáramos la vida subiendo y bajando el mismo escalón y quisiéramos llegar al cielo o nuestra vida se limitara al metro cuadrado que nos rodea.

Que a veces nos hace falta que alguien nos ayude a ver lo que pasa desde fuera
Que alguien nos ayude a saber qué evitamos y nos dibuje con ojos realistas pero amables. Que nos haga una composición del paisaje que tenemos ante nosotros y nos diga esas obviedades que no queremos o no podemos oír y que son tan necesarias… Porque a veces estamos ante el mar y sólo vemos la arena y cada vez que miramos al cielo encontramos una nube que nos tapa la luz que necesitamos… Aunque ahí está, siempre.

Que lo importante no son las respuestas, sino las preguntas
A veces creemos que sabemos mucho porque hemos madurado. Porque a base de tanto tropezar, hemos encontrado muchos trucos para sobrevivir y levantarnos. Porque cada día nos conocemos más a nosotros mismos y eso nos permite gestionar mejor nuestras emociones y no traicionarnos… Aunque a menudo, no nos damos cuenta de que no nos hacemos las preguntas adecuadas para pasar al siguiente nivel evolutivo de nuestra vida. Que las eludimos o las pasamos por alto, que debemos replanteárnoslo todo desde el principio porque tal vez nuestros credos están equivocados o ya no nos sirven porque hemos cambiado y no nos representan. A veces, pensamos que estamos en la casilla de salida y en realidad llevamos tiempo en la cárcel y debemos empezar a jugar y apostar por nosotros. ¿Cuál es la ruta? tus valores, tu forma de existir, tus líneas rojas, aquello que quieres ser y lo que no… Lo que nunca dejarías de lado y lo que no te importa perder. La imagen de ti que tienes cuando das rienda suelta a tus pensamientos e imaginas un futuro mejor…

Que el miedo nos cierra los ojos y nos fabrica excusas
Nos maneja y achica, nos hace pequeños y nos paraliza como estatuas donde las palomas hacen algo más que anidar… Todo lo dicho antes no sirve de nada si no estamos dispuestos a pasar frío y saltar. Porque a veces lo que nos conviene es incómodo y nuestro sueño está al final de una pasarela que se tambalea y se agita con el viento, que tiene cien años y al sujetarse en ella, te araña las manos… Que por el camino hay muchas dificultades pero que son nuestras, escogidas por nosotros y conllevan la esperanza de llegar a la meta… Y que lo que buscamos está fuera de nuestro circuito habitual, pasando por la cuerda floja.
Que al llegar a la meta, todo vuelve a empezar…

Merce Roura

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