Que
prestamos poca atención a nuestras emociones
Cuando, en realidad, somos un amasijo de ellas. Lo que
sentimos nos guía y remueve. Nos dice si vamos bien o mal, nos dibuja el camino
como si fuéramos niños y nos desplazáramos por la vida a base de “frío, frío,
caliente, caliente”. Nuestras emociones son la brújula para saber si lo que
hacemos nos hace grandes o nos hace pequeños. Si nos lleva la pasión y el
entusiasmo o nos vendemos a la rutina y el hastío… Si somos extraordinarios o
decidimos ser corrientes y vivir con poco riesgo y mucho control sobre nuestra
vida. Si nos soltamos o nos amarramos, si amamos o buscamos sucedáneos…
Que
no hay fórmulas magistrales ni pócimas mágicas
A menudo necesitamos aferrarnos a indicaciones que nos dan
otras personas. Frases que nos motiven, palabras que despiertan en ellos un subidón de adrenalina que les ayuda a subir
sus montañas particulares y que esperamos que nos lleven a la cima a nosotros
sin pasar por todos la peldaños de la escalera que ellos ya han subido.
Preguntamos a otros para saber qué debemos hacer para poder salir del callejón
oscuro en que nos encontramos, pero sólo pueden ayudarnos a hacernos más
preguntas porque cada uno tiene sus respuestas. Los mantras que nos repetimos
para poder seguir son individuales e intransferibles. Están diseñados con el
ADN de lo que soñamos y deseamos, con nuestros miedos y nuestros triunfos…
Como la canción que nos hacía dormir cuando éramos niños o la caja de
secretos que teníamos escondida bajo la cama.
Que
ya tenemos las respuestas que buscamos
Las llevamos dentro. Las sabemos siempre de antemano, pero a
veces no queremos verlas o no podemos porque nos falta perspectiva. Porque
ponemos el foco en el lado equivocado y hay una parte que nos queda oscura y no
visualizamos. A menudo, incluso somos conscientes de que no lo vemos todo, pero
no sabemos cómo cambiar esa perspectiva. Damos vueltas en un rincón, en una
esquina reducida de una gran extensión de terreno que está ante nosotros y casi
no nos atrevemos a explorar. Como si nos pasáramos la vida subiendo y bajando
el mismo escalón y quisiéramos llegar al cielo o nuestra vida se limitara al
metro cuadrado que nos rodea.
Que
a veces nos hace falta que alguien nos ayude a ver lo que pasa desde fuera
Que alguien nos ayude a saber qué evitamos y nos dibuje con
ojos realistas pero amables. Que nos haga una composición del paisaje que
tenemos ante nosotros y nos diga esas obviedades que no queremos o no podemos
oír y que son tan necesarias… Porque a veces estamos ante el mar y sólo vemos
la arena y cada vez que miramos al cielo encontramos una nube que nos tapa la
luz que necesitamos… Aunque ahí está, siempre.
Que
lo importante no son las respuestas, sino las preguntas
A veces creemos que sabemos mucho porque hemos madurado.
Porque a base de tanto tropezar, hemos encontrado muchos trucos para sobrevivir
y levantarnos. Porque cada día nos conocemos más a nosotros mismos y eso nos
permite gestionar mejor nuestras emociones y no traicionarnos… Aunque a menudo,
no nos damos cuenta de que no nos hacemos las preguntas adecuadas para pasar al
siguiente nivel evolutivo de nuestra vida. Que las eludimos o las pasamos por
alto, que debemos replanteárnoslo todo desde el principio porque tal vez
nuestros credos están equivocados o ya no nos sirven porque hemos cambiado y no
nos representan. A veces, pensamos que estamos en la casilla de salida y en
realidad llevamos tiempo en la cárcel y debemos empezar a jugar y apostar por
nosotros. ¿Cuál es la ruta? tus valores, tu forma de existir, tus líneas rojas,
aquello que quieres ser y lo que no… Lo que nunca dejarías de lado y lo que no
te importa perder. La imagen de ti que tienes cuando das rienda suelta a tus
pensamientos e imaginas un futuro mejor…
Que
el miedo nos cierra los ojos y nos fabrica excusas
Nos maneja y achica, nos hace pequeños y nos paraliza como
estatuas donde las palomas hacen algo más que anidar… Todo lo dicho antes no
sirve de nada si no estamos dispuestos a pasar frío y saltar. Porque a veces lo
que nos conviene es incómodo y nuestro sueño está al final de una pasarela que
se tambalea y se agita con el viento, que tiene cien años y al sujetarse en
ella, te araña las manos… Que por el camino hay muchas dificultades pero que
son nuestras, escogidas por nosotros y conllevan la esperanza de llegar a la
meta… Y que lo que buscamos está fuera de nuestro circuito habitual, pasando
por la cuerda floja.
Que
al llegar a la meta, todo vuelve a empezar…
Merce Roura